viernes, 22 de octubre de 2010

Zoido, por Carlos Torets

Difícil me es imaginar, tras un largo día de trabajo,  surcar por fin la salida de una escuela desterrada, y en su poste no esté atado el unicornio azul chapado. Antes de huir la agonía me cubría, pero al ganarla… una leve parada, una tranquila mirada, respiraba hondo…; es curioso,  un cacharro azul me tranquilizaba. Sí…, la montura era de un genial caballero que sin cordura continentes cruzó. No era grande su envergadura pero tenía voz de sabio, que no de viejo; su mirada era implacable pero sincera y las lupas que llevaba realzaban sus enormes pupilas con las que te absorbía. Licenciado y Doctor de las Ciencias Físicas era, aunque sinceramente yo creí que de la misma vida. Maestro más que profesor, porque no escupía la lección, porque se valía de las curiosidades de la misma materia para enseñar, de la resonancia  generada en sus pupilos por cualquier disciplina que él pretendía mostrar, porque como un buen samaritano a lo más hondo del pozo bajaba cuando alguno de sus pupilos era cegado por la sed de un conocimiento no vano, porque ni la luna perturbó lección alguna, porque como tutor un espectro de ideas reflejó. Con tal peculiar ser humano jamás mantuve cuestión baladí alguna, ni en la misma cantina, todo lo que con él trate tuvo su relevancia oportuna. Aunque nadie habla de una de sus algarabías, de sales de argenta se valía para plasmar momentos de la vida. Con lentes luminosas atrapaba hechos que denunciaba. Cronista de músicos y juglares fue, de ahí su refinada cultura. Era humilde caballero pues de su arte no presumía, pero fue el arte de otra región el que antepuso al suyo propio, embaucado por ellos quedó y tanta fue su pasión que familiares suyos ahora son. Esta tierra fértil es, tanto para el bien como para el mal, la malaria campa a sus anchas sin piedad, pero no será rival para nuestro caballero pues su primogénita será una más que la derrotará, de su familia jamás la apartará.

Tierra virginal y tierra corrompida, diamantes y moho grita Baez la juglar, un jing-jang que nuestro caballero respetaba pues una posible vida allí ilusionaba, aunque podría haber sido perseguido por las ideas que portaba.

Envidia me dan sus amistades (sana) por el conocimiento y roce que tenían de su persona, por el disfrute de sus cábalas y el calor de su pasión y comprensión, pero el tiempo se esfumó y en energía se convirtió; que nadie derrame lagrima alguna por nuestro caballero, pues la energía ni se crea ni se destruye y como movimiento pendular sin rozamiento alguno, que surjan sus imágenes en nuestra memoria, que  observemos y mostremos las que en argenta plasmó, pues allí cayeron sus ideas, su alma y su corazón y que mire su primogénita en su interior cuando las líneas de este humilde pergamino lea, porque sabrá de que pierna cojeaba aquel que la engendró.

Pero no hay caballero que solo lleve a cabo sus gestas, con apariencia de escudero un hombre noble y valiente siempre le acompañaba. Famoso era éste por su valentía en un deporte campestre, no solo de entrenador ejercía pues un día hasta quebrosé sus costillas.

Su nombre era igual al del profeta que a un león se enfrentó, de la misma manera que él se enfrento al destierro de nuestra escuela. Equipo peculiar formaban y el mundo de color, pintaban.

Una vida sin igual nuestro caballero labraba, lo mismo a un huérfano primate cobijaba que a los niños juguetes regalaba. Una leyenda le hicimos, pues su espíritu clandestino nos embargaba, si hubiera sido comandante un ejército con él hubiéramos formado y si no... Yeyo y yo en mil espejos nos hubiéramos reflejado. Un gran espectro le avalaba, la biblia del color escribió y como pilar de la tierra explicó si hubiera sido griego λoido se hubiera llamado.

Un episodio he de contar, la última cena que para mí esta si es sagrada. Maestros de maestros se juntaron, con vino y carne fresca festejaron. Un mancebo pucelano aposentose cerca del caballero, antes de embriagarse quedo éste impresionado por la calidad de persona que tenía al lado. Palabras intercambiaron, ambos dos talento poseían pero todo quedóse en valientes utopías. Después todos buscaron cantina frecuentada, el Iron se llamaba. Lugar de reunión de maestros de maestros, uno de ellos de la música se ocupaba; a sus clases yo asistí, con códices imágenes trataba pero lo que más me impresionaba es que en un pelo la luz atrapaba y por doquier era guiaba.

Ésa fue la última vez que con mi maestro hablé, mil y una cosas privadas y utopías envalentonadas. Últimamente me acordé de él pues a tierras helenas viajé, allí vi mancebos muy comprometidos con el ser humano y con ellos mismos, principios del maestro que le hubieran gustado ver reflejados.

Ya no he de imaginar, nuestro centinela ya no está. ¿Por qué un estudiante singular no  marcha tranquilo a la hora de cenar? Porque el que mencionamos  sin saberlo, con sus principios, por nosotros velaba. Y al comendador de nuestro feudo le pido, que un unicornio azul chapado plante en la misma entrada de mi escuela desterrada para que la leyenda de mi maestro por un juglar siempre sea contada.


Todo esto... ¿carece de valía? Puede ser leyenda, ¡verdad o mentira! Sólo depende de la fase de la interferencia que provoque la lente con la que miras.

Yo pude disfrutar, pues con Jesús Zoido siempre pude hablar y por si no lo has adivinado yo formé parte de su alumnado y no me llena de orgullo y satisfacción sino de alma para los momentos apropiados.

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