jueves, 21 de octubre de 2010

Una carta, por Miguel Antón


Aún se como es, en el recuerdo,
intacta la sonrisa. 
Mas las manos, ceniza o luz,
¿dónde recordarlas?
SALVADOR ESPRIU, Cementerio de Sinera
Querido Jesús, 
Lo primero que se me ocurre, al ponerme a escribir para darte noticias, desde que no nos vienes a ver, de las preocupaciones que nos enredan por estos lugares,  es repetirte algo que tú sabes muy bien: que muchas de nuestras preocupaciones tienen mucho de tontería,  cuando no de melindrosa fatuidad.  Y cuesta ponerse a ellas sin que el silbido de tu moto  nos anuncie que llegas y esa escena, siempre desmesurada de tus bufidos como si hubieras dejado a un dragón recién degollado en la puerta de la escuela. Siempre nos dejas desarmados. Aunque llegues dos horas más tarde, tienes el don de desarmar el cabreo con un gesto, a saber: si te presentas calado hasta los huesos: qué podemos decir; si mala carita: ¡qué le habrán dado esta noche!, si serio y parco de palabras, ¡cuántos miles de ficheros de colorín le habrán pedido a última hora!  Y así.  Pero una vez entonado, ya  tenemos Jesús para rato: a ver… ¿cuántos detectores hay que soldar?, Venga, yo tiro los exámenes, y los grapo!  etc. Claro que siempre hay que advertirte que a las once de la noche ya solo quedáis el vigilante y tú en la Escuela  y no está la fotocopiadora abierta.  
Como sabes, estamos de reformas, aunque no hará falta que te recuerde el estribillo aquel de Machado, “hoy es siempre todavía”, contra las pretensiones de las novedades, de traer a la Historia algo de veras nuevo, en fin, de  inaugurar una nueva era, como dicen las criaturas rectorales, del conocimiento, y cuanto más se les hace evidente que en verdad no pasa nada, más refinadas maquinarias panópticas tienen que inventar que nos lleven hacia algún sitio, hacia el Futuro ése, que tanto prestigio tiene entre nosotros.  Tenía que haberte hecho caso dos días antes de morirte cuando, entrando en mi despacho, previamente eliminado el dragón acostumbrado, me espetaste: “¡Un desastre!, Miguel, ¡un desastre! Aprobemos a todos. ¿A que no hay  cojones?”.  Aunque tu otro yo repusiera enseguida: “no se puede, no se puede, no jodas. Además, sería injusto… Si les hemos puesto el mismo examen que en Junio, etc”. Tu nada afectada bondad  hace que lleves mal poner una mala nota y a la vez que las  colas de tus revisiones sean interminables. Tienes que convencer  a cada cual de lo inevitable. Y a ti mismo. Es digno de verse. La agitación se oye desde el laboratorio. Ese talante de consentidor es asombroso y supongo que te  lleva a apoyar todas las causas, cuanto más perdidas mejor. Una escena más de tu lucha contra el Ángel. A veces me entraba la duda de si no era una especie de coquetería moral. Para saberlo había que cabrearte. Y aunque eras difícil de cabrear en la relación amistosa y cortés, un método era llevarte a situaciones contradictorias. Bastaba mentar a tu admirado Unamuno: acuérdate, Jesús,  de San Manuel Bueno y Mártir que termina ateo. ¡Les convences tanto de su suspenso que hasta se quitan puntos!, ¡un delirio, Jesús! Te revolvías en la silla y  sonreías.
En fín, Fernando y yo hemos revisado las fuentes que hiciste para la práctica de Malus, que empieza el mes que viene  y ahí siguen funcionando. No se si te acuerdas.  Por entonces te habías pasado, con pipa y todo, a la teoría  y visto desde el despacho de enfrente parecías un san Jerónimo, sentadito, en la celdilla del laboratorio, concentrado en la soldadura y con el cigarro milagrosamente transformado en una pira de ceniza a punto de caer y los subíndices y superíndices de los tensores de curvatura resbalando por el estaño. Recuerdas que Fernando, para sofocarte, nos decía, ¡miradle, si  se ha hecho teórico, y se nos va a electrocutar!   
Ya que estábamos en ésas, hemos aprovechado, y hemos limpiado las  fuentes de alimentación que montaste para las lámparas de Manolo, y ésta es nuestra particular manera de estar contigo. Fernando me cuenta que no hay dos iguales, y el significado de los arcanos letreros, de aquella época en la que grandes helechos arborescentes poblaban la Escuela y el humo de vuestros cigarros inundaba los interferómetros.
Hemos pasado muchos años  juntos casi sin darnos cuenta, como suele ocurrir casi siempre. Te conocí feliz en la época del espacio Ñ, entregado a las métricas y a la geometría diferencial, furioso como un reformador luterano contra la iglesia del color y unas elipses. Y después de momentos duros que tuviste que afrontar, te he vuelto a ver contento estos últimos años. Cuando alguna vez te preguntara, al irme, por tu hija Awa, el gesto era el mismo, soltabas el bolígrafo, las manos a la nuca, silla hacia atrás, fuera papeles y una cara de enorme satisfacción. Es una buena cosa verte así, recordarte así.
No te oculto que sigo aferrado a la necesidad de contemplar a Sísifo feliz en ese universo mineral que se le antoja sin dios,  pero mentiría si te dijera que el filo de tu muerte cercana no me obligue a pensar, al ver una parte de tu esfuerzo en las carpetas, una vez más, sobre el sentido de  nuestras acciones, discursos, humaredas perdidas que se ha de llevar el viento. Y recordé una cita de Hanna Arendt que me ayuda a soñar que sigues aquí: El ciclo vital del hombre hacia la muerte llevaría inevitablemente a todo lo humano a la ruina y la destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, una facultad que es inherente a la acción como un permanente recordatorio de que los hombres, aunque deban morir, no han nacido para morir sino para comenzar.
Pienso que la capacidad de generar nuevas acciones bien podría justificar  la vida de los hombres. La alegría con la que hablabas de tu hija, el esfuerzo dedicado a tus artículos científicos y el entusiasmo incansable en la transmisión de esa capacidad a  tus alumnos es un ejemplo bien claro de hacer nacer nueva vida. Allí donde esa vida fluya, allí fluye el que la engendró.
No se cómo, a estas horas, te sonará a ti todo esto; pero eran algunas de estas cuitas por las que discutimos a veces y por lo que desearía seguir oyendo tu  opinión. Ya se que probablemente no vas a responderme atareado como estarás en no se yo qué lides ¡estas cosas del tiempo son tan raras! pero de todos modos te aseguro que también tu silencio es elocuente, que me está diciendo muchas cosas.
Y quiero, con estas cuatro letras agradecértelo.

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