jueves, 14 de octubre de 2010

Malta y lúpulo, por Luis Miguel Sánchez Brea

Siento decirte que nuestros eventos espacio-temporales no solaparon tanto como para que intimáramos. Sin problemas, fue suficiente. Hay gente con la que coincides eternamente y eternamente serán extraños. Con otros, dos veces y seremos amigos de toda la vida. Este fue nuestro caso. Podrás corroborarlo.

Escena 1
Mi llegada al departamento coincidió con la finalización de tu tesis. Yo imberbe todavía, un chavalín. Eusebio, como siempre con la mesa llena de rascacielos, me saca un mamut de documento que le sobraba. “A ver si hago algo de hueco” pensaría. Y me casca tu tesis. (“Si aguanta esto, este chico vale” debió pensar). Pero es que soy de pueblo, así que manos a la obra. Tardé un infinito, pero cayó. No entraré en polémicas con nadie, pues ya las hubo en su tiempo y solo las conozco en parte, pero doy mi palabra, y no la doy casi nunca, que hasta ahora es la mejor tesis que he leído del departamento. Agustín, no lo repitas, ya sé que soy un friqui. Después me ayudaste en el primer artículo del kriging que hice. Coincidimos en que eran enfoques distintos del mismo problema metrológico. Documentado está. (que sí, Agustín, tranquilo, soy un friqui).

Escena 2
Llegada a la escuela como becario, a humos, cables y decibelios. El primer día me proponen Jesús y Fernando: “Anda, háblales algo a los chavales, de lo que quieras”. Uf, con lo sobrao que iba en ese momento. Una exposición memorable… de tarjeta roja y expulsión a perpetuidad. No tuviste una mala palabra, sino que me animaste hasta volver a mi estado habitual.
Allí es cuando más coincidimos, todo un curso. Excepto por el humo (los cables y los decibelios me gustan) fue una experiencia realmente grata, que por ser mi desvirgamiento docente, me marcó. ¿Ves, Jesús, que con poco es suficiente?

Escena 3
Tribunal de habilitación, en Zaragoza. Fue uno de los peores tragos que tuviste, así me lo confesaste. Ya después de que todo pasara, ahora lo puedo decir, pues me hiciste jurar que callara (y por supuesto he cumplido hasta estas palabras), me contaste algún pequeño detalle del proceso: “He tenido que defenderte a uñas y dientes, y no es porque te conozco, sino porque sinceramente lo hiciste realmente bien. Puedes creerte que si hubiera habido otro mejor, no lo hubiera hecho”. Amigos, no os asustéis, que me tocó el tema de redes de difracción. Es como si a Eusebio le hubiesen tocado las ecuaciones de Coddington o la transformada del calamar, a Juan Carlos el poner nombres a raros métodos espectrogoniométricos o a ti, Jesús, la colorimetría del color. Jesús no es hombre de bromas ni de favores para estas cosas, ya lo conocéis, y agradecí sus palabras enormemente, que me reconfortaron y animaron a seguir en la lucha.

Escena 4
Boda de Quiroga. Tú con tu mujer, embarazada de 6 o 7 meses. Yo con mi niña recién nacida. Cambiamos impresiones de nuestra alegre paternidad. Fueron tus mejores momentos, sin duda… ahora todo te iba bien. Ha sido lo más duro para ti, Jesús. Palabra de padre.

Escena 5
Este mismo año, con Ángel, Daniel y compañía, de cena. Siempre con tu Vespa. Acabamos en… el Iron. Hacía demasiado tiempo que yo no iba allí, fácilmente 10 años. ¡Cómo cambian las cosas! Que sorpresa me llevé al ver toda la chiquillería y sentirme un viejo rodeado de veinteañeros ¿todo cambia? No. Jesús, estabas exactamente en la misma esquina, en la misma posición, con la misma cerveza en la mano que la primera vez.


Niñita, ¡qué orgullosa tienes que estar de tu padre!

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