viernes, 22 de octubre de 2010

¡¡¡Joder, Juan, no me llames Tapón!!!, por Juan Lanchares

A Tapón le conocí cuando rondábamos los 12 o 13 años. Y mi recuerdo de este encuentro se divide en dos partes claramente diferenciadas. Primera parte. Me encontraba en los pueblos abandonados de Guadalajara, haciendo lo que nosotros llamábamos un supuesto táctico, que viene a ser lo que ahora se llama un paintball, solo que en lugar de usar pelotitas de pintura usábamos petardos. Él y yo pertenecíamos a bandos enemigos. Por la noche me tocó salir a atacar su pueblo. Después de recorrer unos 10 km llegamos a un puente de madera al final de cual estaba el pueblo que teníamos que asaltar. Empecé a cruzarlo y de repente se escuchan gritos: ¡!alarma, alarma, el enemigo está aquí!!, corrí y me tiré encima del pavo que nos está descubriendo. Le inmovilicé e intenté taparle la boca pero él seguía gritando. Le dije: “las normas dicen que si te cogen prisionero no puedes seguir gritando” y para mi asombro se calló automáticamente. Le cogimos prisionero y nos volvimos a nuestro pueblo. Jamás he tenido una marcha tan infernal. Nuestro prisionero era un pavo bajito, algo gordito, con gafas, algo desalineado que automáticamente pasó a ser denominado Tapón. Los 10 km de vuelta nos los pasamos empujando al pavo para que anduviera, y él lo único que hacía era quejarse, lloriquear, decir que no podía más, que le dolían mucho los pies, que le habían salido ampollas. El pavo de marras llevaba las botas desabrochadas, no había manera de hacerle andar. Me pasé la vuelta empujándole. La marcha que podíamos haber hecho en una hora y media la hicimos en casi tres horas. Yo creía que le mataba.
Segunda parte. Un par de semanas más tarde. Teníamos proyectada una marcha por el monte. Y ¿a quién me encuentro en el grupo? Al chaval bajito y regordete. Los que ya éramos veteranos no podíamos dejar de comentar:  “vaya marcha nos espera, este blando va a estar lloriqueando todo el fin de semana”. Y empezó  la marcha. Llega la primera subida , y coge el bandido y empieza a tirar como alma que lleva el diablo, sin parar, sin descasar, sin quejarse, sonriendo, cantando, dando ánimos, preguntando a los más débiles si querían que les llevara el macuto. ¡¡Joder con el Tapón, que tío más duro!! En un momento dado me acerqué a él y le dije, joder, Tapón, con lo castaña que estabas el otro día hoy estás hecho un jabato y él me contestó “el otro día estaba en mi papel de prisionero y la misión de un prisionero de guerra es entorpecer la actividad del enemigo y en el mejor de los casos escapar”.  Aquella misma noche reunidos alrededor del fuego nos hicimos amigos para siempre
Desde aquellos primeros días mi vida ha estado ligada a la de Tapón. Simplemente éramos inseparables. Con él me tomé mi primera cerveza (mahou, por supuesto), me fumé mi primer celtas corto sin filtro y mi primera pipa (con picadura de tabaco). Juntos íbamos al monte, como íbamos nosotros, lloviera o nevara sin tienda.  Dormir a pelo, lo llamábamos. Con él pasaba los fines de semana que no estábamos en el monte, muchos de ellos en el sótano de mi casa, hablando de mujeres, discutiendo interminablemente sobre cómo hacer un mundo más justo o como salvar a la patria. Y por supuesto consumiendo todas las reservas de espirituosos que tenía mi padre. Con él pasaba las vacaciones de verano y de semana santa y de navidad y los puentes...Por él me hice físico, con el empecé a jugar al rugby (“oye juan, este año tenemos que hacer algo, ¿nos metemos a la tuna o nos metemos al rugby?”, y yo le dije ”vamos al rugby, que no nos veo con leotardos"). ¡¡Lástima, que gran talona perdimos!!
Después de casi 35 años de conocerlo lo que me sobran son anécdotas, pero ninguna de ellas me parece lo suficientemente enjundiosa para describir cómo era, ninguna abarca toda su personalidad y por lo tanto no sirven para explicarle a su hija el excepcional ser humano que era su padre. Por eso, en lugar de contar ricas anécdotas voy a describir en unos breves párrafos como era para mí.
Generoso, siempre estaba dispuesto a echar una mano para lo que fuera. Recuerdo una época que yo estaba sin un duro y él, que tenía menos que yo, me ofrecía lo poco que tenía para que yo pudiera sobrevivir.
Alegre. En todos estos años no recuerdo haberle visto enfadado nunca. Algo mosca puede que sí, pero enfadado de verdad nunca. Siempre de buen humor, siempre sonriendo, siempre intentando sacar algo positivo.
Sabía escuchar como nadie. Me gustaba quedar con él a contarle mis problemas porque era capaz de escucharte durante horas, sin cansarse, atendiendo a cada palabra, poniéndose en tu lugar, dándole a todo su justa importancia.
Noble como él sólo. Todo lo hacía de frente. Si tenía que decirte que eras gilipollas o que estabas haciendo las cosas mal te lo decía sin reparos.
Tenía profundo sentido de la justicia.  Si entendía que algo era injusto se partía el pecho por enderezar en entuerto.
Apasionado y terco con su trabajo. Podía estar horas, noches, días enfrascado en la resolución de uno de esos problemas que eran auténticas galimatías para mí.
Duro como una roca. Le recuerdo en marchas de 40 kilómetros, o de 18 horas consecutivas sin parar, y el tío no decía ni mu. Todo lo contrario, animando, ayudando a todo el que le necesitara. O los placajes que metía cuando jugaba al rugby de ala, rompiendo a los pobrecitos alas contrarios.
Era valiente. Todavía recuerdo un día que había quedado con él y llega con la cara toda morada. “Coño, Tapón, qué te ha pasado”. Pues un grupo de descerebrados había roto el cristal de Maudes mientras estaba con sus fotografías. Ni corto ni perezoso salió y se lió a maporros con los 5 o 6 pavos. Y, claro, le dieron una paliza de cuidado. Pero él siempre lo recordaba riéndose y diciendo “pille a uno, le agarre del cuello me fui al suelo con él y mientras que el resto me pegaba a mi yo le puse la cara que parecía un ecce homo”.
Profundamente amigos de sus amigos. Para él la Amistad se escribía con mayúsculas. Por un amigo era capaz de hacer lo que fuera.
Y como no, excelente compañero de correrías y tabernas.
En su contra he de decir que para él no existían los relojes. No recuerdo ni una vez que no haya quedado con él y haya llegado tiempo ¡¡si llegaba!!
Debido a las vueltas que da la vida, empezamos a vernos cada vez menos, él con sus cosas, yo con las mías. Los dos éramos un poco dejados para el teléfono. A los dos nos costaba llamar para tomar una cañita. Los dos teníamos el despacho en físicas, él en la cueva, yo en la tercera planta y apenas nos veíamos. Pero ¡¡ay, amigo!!, el día que nos cruzábamos a la puerta de la facultad estábamos perdidos, porque ya nos enganchábamos hasta las seis de la mañana. Y si algo tenía Tapón es que podías estar años sin coincidir pero el día que coincidías era como si hubieras estado con él el día anterior.
El último día que me enganché con él fue el día que inauguró la exposición de mascaras africanas. “Tapón, tomate una cervecita que me tengo que pirar”, “espera un segundo”. Esta letanía empezó a la una de la tarde. Por fin, a las 7, quedamos en un bar a tomar unos chismes. Ese fue el último día que le vi. Estaba feliz, lleno de fuerza de vitalidad, de proyectos e ilusiones. Gracias Ferdulis. Gracias Awita. Sé que gracias a vosotras, Tapón recobró su tono vital y volvió a ser el que siempre fue.
Epílogo
Hace ya unos cuantos años me dijo un día: "Oye, Juan, te voy a pedir un favor, no quiero que me llames Tapón”. Pero después de veintitantos años llamándole Tapón me resultaba difícil llamarle de otra forma. Desde entonces nuestro saludo era siempre el mismo, “qué pasa, Tapón, cómo te va” y él decía “joder, Juan, no me llames Tapón”.
Se nos ha muerto el bueno de Tapón. He perdido a uno de mis mejores amigos. Su ausencia hace estragos en mi ánimo.  Con él se ha ido parte de mi niñez, de mi adolescencia, de mi juventud  y mi madurez. En realidad parte de mí ha muerto con él. Para mí es un privilegio y un honor ser su amigo. No creo en cielos, ni en infiernos ni en el más allá. Pero por si las moscas  pican: un abrazo y un beso muy fuertes, AMIGO Tapón.
¡¡¡¡¡¡JODER, JUAN, NO ME LLAMES TAPÓN!!!!!!

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