jueves, 14 de octubre de 2010

Recuerdos, por José Antonio Gómez Pedrero


Temprano levanto la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
MIGUEL HERNÁNDEZ, Elegía
Todavía te recuerdo, Jesús, escondido tras el humo de la pipa, discutiendo, vehemente como siempre, en la pizarra de la Cueva. Te recuerdo dirigiéndote a Fernando, con la tiza en la mano, en aquel lejano verano, desplegando ante mis atónitos ojos de novicio un torrente de fórmulas y palabras. Veía fluir las ecuaciones como fluye el agua en primavera y, alucinado e incrédulo, asistía, por primera vez en mi vida, al maravilloso acto de creación de Ciencia, al tejer de frágiles hipótesis en las sutiles ecuaciones que escribías en aquella pizarra de la Cueva.
Y pensaba, en mi absoluta ignorancia, “vaya, y todo esto es el color…”. Pues sí, es el color, novato, es una ironía de la naturaleza que esa percepción, tan lírica, tan mezclada con el arte y con la vida cotidíana, se pueda describir en una pizarra de un viejo laboratorio con aquella telaraña de símbolos matemáticos manejados con esa pasión que ponías, Jesús, en todo lo que hacías. Los antiguos experimentos recibían una nueva luz con tus teorías que querían escapar del color para explicarlo todo.
Recuerdo tu alegría aquellos tiempos primeros, mi infancia en el Departamento, en aquella Cueva. Recuerdo tu voz siempre rebelde clamando contra las injusticias, qué sé yo, del mundo, de la Ciencia, de la vida. Recuerdo la sensación de agravio colectivo, cuando tus primeros trabajos, y satisfacción de la “venganza” poética que supuso para mí hacerte esa camiseta (dónde estará) en un merecido homenaje a tu constancia y a tu tesón. Lo recuerdo con el cariño con el que se recuerdan todas las cruzadas contra el “sistema”, contra lo viejo, lo oxidado y podrido del mundo, con esa bendita soberbia e ignorancia que solo la juventud justifica y explica. Pero, sobre todo, lo recuerdo con la emoción de volver a ver el agradecimiento en tus ojos cuando recibiste esa humilde “reparación” que te dimos entre todos.
Hay otras cosas que no recuerdo, Jesús, por ejemplo, nunca te recuerdo un mal gesto, ni una palabra más alta que otra. No recuerdo que hayas tratado a nadie con displicencia ni soberbia. Tampoco soy capaz de recordar que hayas sido impaciente con los alumnos, ni que hayas dejado de resolver ninguna duda, ningún problema. Es más, te he visto muchas veces, en las escaleras, en los pasillos, en la cafetería… por toda la Escuela, inclinado sobre unos folios, explicando, rodeado de alumnos, como si las clases fueran demasiado cortas para todo lo que tenías que contar.
En fin, Jesús, son tantos los recuerdos que me escuece el alma, me duelen los ojos y me quedo sin palabras, así que se las voy a pedir prestadas al poeta de Orihuela:
A  las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Hasta siempre, Jesús!!

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