jueves, 14 de octubre de 2010

Elegía, por Daniel Vázquez

Cueva del Castillo, Cantabria, 2010

¿Qué recordar de ti, Jesús? Tengo tu constante presencia unida al tuétano de mis huesos y por eso añoro constantemente tu presencia, aunque más debiera decir tu intangible compañía, pues en los últimos tiempos, con esos horarios noctámbulos que gustabas usar, no era tan frecuente el verte en la Escuela. Quizás lo que más echo de menos es tu sonrisa. Constante, perenne, humana, tierna y cariñosa, a pesar de que nunca llegaste a reponer ese diente que se te cayó. Siempre tenías algo urgente e inaplazable a lo que atender, y nuestros requerimientos para que lo implantases aludiendo a la imagen del científico moderno y activo, eran dejados en el olvido. Hoy, cuando llego a la Escuela, como siempre, en mi moto, como siempre tú hacías en la tuya, noto un hueco, un abismo que has abierto con tu muerte y siento cada día el mazazo homicida e inmisericorde de tu ausencia.  Tantos recuerdos, tan gratos momentos, tanto trabajo y tanto tiempo compartido no se van de un manotazo injusto y caprichoso. Creo, sinceramente, que pocas veces dos personas tan distintas como tú y como yo, se quisieron tanto.
¡Qué carácter el tuyo, Jesús!, ¡qué singular eras! Sin par, que hubieran dicho si en vez de profesor hubieras sido caballero. Sólo a ti se te ocurrían y te pasaban las cosas que te sucedieron. Qué perfeccionismo y qué profundidad de pensamiento. Esto, según yo lo veía, era la causa primera de tus problemas. El día de tu oposición a profesor pasaste toda la noche retocando el texto que a la mañana tenías que presentar en la oposición. Recuerdo bien que me decías que dejabas la oposición, y tuve que ir corriendo por la mañana a hacer fotocopias para entregarlas al tribunal. Tú, por supuesto no habías dormido ni una hora. Recuerdo también aquella vez en la que teníamos una charla en un congreso sobre color y la noche anterior aún la estabas preparando. Pero eso no fue nada, el colmo, fue aquella otra vez en la que teníamos que enviar la conferencia a EE.UU., y te llamé angustiado para urgirte a acabarlo y tú me respondiste, ante mi incredulidad y asombro, que estuviera tranquilo que aún teníamos ocho horas debido al adelanto horario con ese país.
Tengo que resaltar, Awita, para que tú lo sepas, que tu padre me ayudo en momentos difíciles y lo que más le agradezco es, sobre todo, su ofrecimiento. Recuerdo que me decía, “Dani, si hay algo que yo pueda hacer…”  y yo sabía que era un ofrecimiento sincero. Te lo dije entonces y te lo repito ahora, para que tu hija lo sepa: “gracias Jesús, gracias”.
Fueron muchos años de trabajo común y de “marrones” resueltos. Así le decíamos a los encargos que Eusebio nos adjudicaba cuando trabajábamos en la “Cueva”. Qué antro aquél. Ese laboratorio que estaba en los sótanos de la facultad donde de jóvenes rodamos nuestra experiencia universitaria. Solamente una persona como tú, era capaz de resolver el marrón de los marrones: aquella señal de tráfico hecha con LEDs. Te pasaste 3 días soldando cables sin parar para que aquello se pudiera enseñar en la fecha adecuada. ¿Cómo pudiste hacer aquello? Cientos de cables recorrían las espalda oculta de la señal para que luciera. ¿Cómo no confundirse o haberse agotado? Yo, cuando veía la señal no daba crédito a tanto trabajo, y lo mejor es que aquello funcionaba. Cuando hoy veo estas señales por todas partes, no puedo dejar de sonreír al recordar aquella gesta.
“Humo, cables y decibelios” así llamábamos al laboratorio donde junto a Fernando desarrollabais vuestro trabajo. No había horas, estabais a todas. Siempre pensando y discutiendo. Con que pasión os gustaba discutir sobre sesudos temas de física y de óptica o de óptica física, como se llamaba la asignatura en la que trabajabas. Cuantas veces me he reido de ti, contigo, por supuesto, acerca de esa famosa condensación de Bose-Einstein, o como quiera que eso se diga, pues nunca comprendí ni papa, que tan sorbido el seso te tenía. Por eso cuando me contaste que conociste a una chica, Ferdulí se llamaba, que en uno de tus viajes te había impactado me alegré profundamente. Un poco más de sexo y menos de seso, y algo mas de sensatez y menos brillantez,  a lo mejor a este chico nos lo salva, pues te dábamos por perdido si con ese ritmo continuabas. Y es que nos tenías preocupados. ¡maldita sea nuestra estampa!  ahora que veo que teníamos razón.
¡Qué cosas te pasaban! En el trabajo, en casa, en tus viajes, en todas partes Jesús. Es el genio una materia que atrae sin parar las desgracias. Solamente a ti, te podía pisar un elefante.  Solamente a tí se te ocurría cantarle las cuarenta al funcionario de la aduana estando a tu lado tu madre que todavía no tenía los papeles en regla. Y es que las injusticias te indignaban. Recuerdo muy bien cuando me decías convencido que ibas a renunciar a la nacionalidad europea por que era indigno el trato que nuestro país le daba a África entera. ¡qué pelea, para que meditaras un poco esos arrebatos justicieros!. Y eso que era raro verte cabreado. De hecho solamente puedo decir que te vi un día. Volvíamos de un trabajo de la Universidad en las cuevas que son patrimonio de la humanidad en Cantabria. Tú llegabas directamente a una clase en la Escuela. Tenías el tiempo justo para prepararte la clase; dos horas. Para nosotros era una enormidad de tiempo, pero a ti te perdía tu perfeccionismo infinito. El caso es que vencido por el sueño te dormiste en el coche y no pudiste votar la propuesta de visitar una poza famosa que había en el camino: la poza azul, ya cerca de Burgos. La votación salió, dada tu lógica inhibición, aprobada por unanimidad y decidimos desviarnos del camino. Apenas era media hora. Cuando despertaste por que el coche se detuvo y viste que nos disponíamos a pasear para contemplar arrobados esa extraña muestra del capricho de la naturaleza, emergiste del coche encolerizado por tamaña falta de responsabilidad por nuestra parte. a punto estuvimos de echar a perder una clase que nos confesaste más tarde que ya habías impartido otros muchos años, pero que a tu entender requería de toda tu atención pues se lo debías a tus alumnos.
Qué intuición tenías en tu campo. Tú me diste la idea para mi tesis doctoral cuando desarrollamos juntos aquel otro proyecto del rugosímetro, en el que usamos tus famosos arrays ópticos. Solo tu intuición me salvo del desastre cuando en el último ensayo de mi tesis me dijiste:  “Dani, recuerda que si te preguntan por qué has usado el CIE 1931, éste tiene un observador de 2º”. Cómo quedé de bien cuando Enrique Hita, catedrático de Granada, me hizo precisamente esa pregunta. No cabía yo de asombro y satisfacción, y de admiración el resto del tribunal de la Escuela de Arquitectura, cuando respondí con aplomo y seguridad a tan rebuscada cuestión.

Simplemente quiero, Jesús, dejar hoy escrito la constancia y la pasión que a tu trabajo, amigos y familia le dedicabas. Tanto es así que a las jornadas en las que quedábamos para tomar cervezas las llamábamos “Seminarios”, pues si bien quedábamos para tomar cervezas no parábamos de hablar del trabajo. Cómo lamento hoy no haber guardado de recuerdo una de esas servilletas que constantemente usabas para describir tus ideas. Esas ecuaciones que te gustaba plasmar sobre el papel, en este caso débil y a veces mojado de la servilleta del Iron. Todas ellas llenas de subíndices, superíndices y demás indicativos diferenciadores y contabilizadores de realidades solo en tu mente imaginadas. “El profesor” te llamaba Fernando, el encargado, y es que realmente eras profesor hasta el fondo de tu alma.
Dejo ahora cientos de recuerdos, pues se que eso es la vida, una leve brisa que a nuestro lado pasa y que no es posible retener a nuestro lado pues tan pronto para, ya se acaba. Sólo quiero decir en este momento, para que Awita, ya mayor, sonría al leerlo entre alegre y apenada: ¡qué grande fuiste maestro!
¡Adiós, amigo!, en ésta, la única vez que acudiste pronto a una llamada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario