lunes, 15 de noviembre de 2010

Zoido, por Héctor Guerrero

El tiempo le dijo al tiempo lo que no sabía el tiempo. Nunca habría ni imaginado que acabaría escribiendo unas líneas sobre Zoido, veinticinco años después de haberle conocido, en una avión chino rumbo al lejano Japón. Bebiendo cervezas Yan Jing, y tratando recordar vivencias casi olvidadas, me he sorprendido a mi mismo emocionado y con lágrimas en los ojos. La retrospectiva me hace caer en la cuenta de lo que hemos perdido, y de que no podremos estar nunca más con el gran Zoido, lo cual me entristece. Aunque desde hace un tiempo casi no coincidía con Jesús, él siempre estaba ahí, dispuesto, eso sí, cuando no se olvidaba de que había quedado contigo, de llegar a la hora acordada, y de esas minucias que nunca le condicionaban. Este vuelo a Pekín es propicio para liberar sentimientos y ciertamente ¡Me da igual qué me vean así! Me encuentro totalmente desacoplado de esta gente oriental, tan extraña y anónima, con la que sinceramente, poco, muy poco tenemos en común. Me verán como a un ‘occidental débil’, reflexionando sobre alguien que tristemente se nos fue, de la manera más insospechada, tal y como le acontecía siempre a Don Jesús. Pero si ellos hubieran conocido a este singular fenómeno de la naturaleza. ¡Otro gallo les cantaría! Aunque fuera en chino mandarín…
Jesús el incansable. Esta contribución a su Homenaje Científico pretende ser una ventana a un periodo del trabajo de Jesús ‘poco conocido’ por otros compañeros del Departamento y de la Escuela de Óptica. Entre el 90/91 y el 92/93, casi no recuerdo, atravesamos un sin vivir de peripecias y actividades frenéticas. Por la naturaleza de algunas informaciones no podré revelarlo todo, pero he de intentar que salga a la luz aquel gran tipo que era Jesús, generoso e inconsciente, en el que profundicé mucho por entonces. Como todo lo que me rodea, lamentablemente, mi vida se ha desarrollado siempre en rachas sin aliento ni descanso, dentro de espirales de estrés, casi sin esperanza ni luz en el horizonte, de las que salías poco a poco murmurándote el lema de Camina o revienta, que el Lute lo pasó peor. Así te ibas sobreponiendo a ese cansancio intenso que te invadía en tantas noches en vela. Jesús fue inseparable en aquellos años en muchas de estas ‘veladas’ y soportaba los tutes sin pestañear, con optimismo, pitillo tras pitillo. Cuando ahora me dicen que si estoy liado, siempre comento que sí, e ironizo añadiendo que cada vez más, desde 1988, cuando empecé a trabajar… Y entonces siempre me vienen a la memoria Zoido además de otros cuatro o cinco sujetos generosos, evidentemente no al uso; amigos que durante dos décadas te ha ido regalando la vida; de los que afrontaban el deber hasta el infinito, sin dudar, sin desfallecer. En esos primeros años de actividad profesional, Jesús fue ese compañero fiel que siempre te secundaba, que nunca cejaba en el empeño, y para mí siempre fue uno de los nuestros. Nunca se le ponía nada por delante, sencillamente no se aplanaba ante ‘lo descomunal’. Ya fuera por tesón, por espíritu y simpatía, o simplemente por afición, Jesús era el colega perfecto para afrontar esas tareas imposibles que tanto le motivaban.

El aterrizaje en el Departamento… y en La Cueva. Jesús “el fotógrafo” asomó tímidamente por el Departamento en la Facultad de Ciencias Físicas de la UCM, entre el 89 y principios de los 90. No sé si esto se debió a su notable afición a las instantáneas, que él mismo revelaba sin descanso en su laboratorio, en el estudio paterno en un bajo de las casas militares de la calle Maudes. Gracias a las fotos de toda clase de momentos de sus amigos, su novia Cristina, o de los conciertos y actos sociales encargados por Antonio (y su inseparable Arancha) de la revista Scherzo, fue gestándose un singular reportero gráfico que, cómo no, iba a terminar dando con sus huesos en un Departamento de Óptica. Incansable, apareció un día por nuestro Laboratorio: La Cueva. Carecía de derecho a mesa, y tenía su despacho al nivel de la tapa de alcantarilla del afamado Túnel de La Risa, en el otro ala de la Facultad, cerca de un residuo de sales radiactivas y demás ‘exquisiteces’ de la antigua Junta de Energía Nuclear. Compartía suerte, entre otros, con una chica mora, visitante del momento, Teresa Yonte, Juan Carlos Martínez, compañero de carrera en cuarto y quinto de Materiales, y no sé si seguía incluso el eslovaco Pavel Cheben. Este equipo no disfrutaba de despachos en el otro gran sótano del Departamento, nuestra Cueva, que por cierto, empezábamos a ponerla en marcha. Pero sí iban y venían, y desarrollaban su actividad normal, pues el Túnel de la risa, realmente daba miedo.

La Cueva fue la cuna de un Laboratorio que nació queriendo ser tecnológico y avanzado. Compartía rellano con la vivienda del bedel ‘Churri’, adalid de galones y libreas de la vieja guardia universitaria, gran amigo y admirador de Jesús. El Churri le tenía por lo que era, un luchador por los derechos de sus compañeros de Facultad, y gran bebedor de sangrías en el césped. Churri, su señora e hijas, y no olvidemos su ciruelo injertado de almendro, siempre nos dieron un cierto caché como Laboratorio subterráneo. Además, estaban las líneas de cuerda del rellano para colgar la ropa de deporte Quiroga - as de la época en el tratamiento de imagen y las técnicas ópticas de ensayo no destructivas. Tras sus frecuentes entrenamientos al mediodía, se duchaba en la propia Cueva, y a veces, colgaba sus exquisiteces en la entrada al complejo. Estas cuerdas de tender, para terror de Bernabeu, nos distinguían sin igual a ese extraño bastión de la I+D aplicada, ya que en una ocasión bajó con visita de compromiso y no pudo explicar ni evitar las interioridades de D. Juan Antonio, que en aquella ocasión creo recordar tocaban de color rojo.

En esos meses iniciales, Tomás Belenguer ya había partido a Enosa tras un fugaz y largo verano, después de su mili. Enrique el electrónico siguió parecida suerte buscando asiento en los mundos exteriores como el CDTI y Canarias por el IAC. El más antiguo de La Cueva era Agustín, que libraba con “su famoso montaje” una lucha sempiterna y sin igual contra las tripas sintéticas que fabricaba Viscofan para enfundar salchichas e ibéricos. Esta empresa estaba infinitamente agradecida a José Luis Escudero y al Profesor Bernabeu por haber ganado su famoso pleito gracias a un experto peritaje basado en las imágenes de un microscopio de contraste de fase del Departamento. El ínclito Mariano iba y venía a ratos en sus luchas con metacrilatos, anisotropías y láseres de helio-neón. José Miguel Boix no cejaba en el empeño de ganar a algunos de los incomprensibles elementos informáticos de la época. Alberto el cubano creo que aún seguía, tras terminar el rugosímetro holográfico de Suzpecar, mi primer contacto con el trabajo en la Cueva. Alberto andaba siempre pidiéndonos los caimancitos de los polímetros para sus medidas, haciendo preciosos hologramas, y contando fabulosas historias de su pasado en aquellas atribuladas tierras caribeñas de ensueño.

Fernando Carreño también estaba ya llegando, hológrafo en sus inicios, sin saberlo, seguía los pasos de Jesús el fotógrafo, pero una dimensión más allá, pues llegó incluso a fabricar una holocámara. Tras terminar con todo el blue-tack, fueron cambiandole las tornas, y unió sus fuerzas con Jesús al trasladarse la cueva. Con esta alianza, iniciaron debates más teóricos y académicos, que propiciaron lo que luego fue la tesis doctoral de Jesús. Gonzalo apareció para hacer montajes y poder medir autocolimación de la mano de exóticos efectos no lineales en cubetas de líquidos coloreados. Estaba dirigido por Miguel Antón, que bajaba no sin cierto horror a los infiernos experimentales, a dirigir a Gonzalo y a corroborar in situ lo que analíticamente ya conocía, y que no obstante le maravillaba.

Cuqui, Maricruz para los alumnos, también asomaba con sus sensores e interferómetros de fibra óptica de vidrio, trayendo experiencias de la afamada escuela del Profesor D.A. Jackson, de las inglesas tierras del ducado de Canterbury. Importantes personalidades de la Escuela de Óptica también se acercaban de cuando en cuando a aquél hervidero de actividad que era La Cueva. Pepe Matamoros y José Luis, andaban por las tardes haciendo no se qué cosas relacionadas con ojos (con ayuda de Tomás Belenguer, que volvía a reaparecer). Dani Vázquez, singular arquitecto de la iluminación y luchador de la óptica no formadora de imagen, tuvo sin duda un importante papel con Jesús. Éste aplicaba algunas ideas de un profesor chino - Wang Shaoming – que trabajaba dos pisos más arriba con Javier Alda, del brazo armado de los teóricos asociados a La Cueva. Éste gran oriental vino para unos meses, y a Jesús le causaba especial fascinación por las fotos que sacaba ¡Sin trípode, apoyándose tan sólo en la pared!

Y no se me olvidará José Alonso, el killer planetario de los codificadores ópticos incrementales, con su famoso cartel de No tocar: ¡Por Fagor!. A la vez de sus primeras acciones con Fagor, trabajaba en un sistema de seguimiento de pupilas para la Dirección General de Tráfico. Construyó un casco, con unas ópticas y una cámara, y como faltaba “el ojo que seguir”, rápidamente me ofrecí a llevar uno de los ojos de cristal de mi hermano mayor ¡En la Cueva no se nos ponía nada por delante!

Tomás Morlanes aprendió con él, y emigró a Mondragón para asentar lazos con la I+D de Fagor. Y no sé si se me queda alguno en el tintero. ¡Que por favor me perdone si es así!

Yo aterricé con Escudero, proponiéndole en 1988 el desarrollar “la depilación láser”. Siempre le dio miedo la idea, por eso de generar cáncer, y bueno ¡Qué os voy a contar de la ocasión que desperdiciamos! Me reclutó para el rugosímetro holográfico de Alberto, y luego ya por mi cuenta, para los tacómetros de Alcatel Standard Eléctrica. Este fue un trabajo que con la solución propuesta le quitamos – sin saberlo – a los de Teleco de Tecnología Fotónica un amplio proyecto. Años atrás coincidí con ellos, y me manifestaron siempre su disgusto, pero claro, La Cueva de Jesus & Cía era mucha Cueva. Anduve tiempo sintetizando por métodos ‘poco ortodoxos’ materiales magnetoópticos para efecto Faraday, desarrollando los sistemas de caracterización, y diseñando circuitos magnéticos para sensores de fibra óptica de plástico. Ese fue mi primer vínculo profesional con Jesús, cuando nos llegaron las ‘malditas’ fibras de plástico de la Bayer: las OPTIPOL.

Los ensayos en las fibras ópticas de policarbonato de Bayer. La I+D de La Cueva era muy variada, y altamente experimental. Una gran parte tenía una marcada vertiente práctica, y desde luego no daba para los Physical Reviews que tanto gustaban en la Facultad. Sin duda, dos pisos más arriba, en esos mundos de Dios ‘más exquisitos’ del Departamento, se nos miraba raro a la Cueva, y no sin cierta suficiencia. En aquel entorno de trabajos para empresas, en ocasiones uno se acercaba más a la pura ingeniería y la mera prestación de servicios. La gran Física quedaba a un lado, pero se intentaba acortar la gran distancia que siempre separó a la Empresa de la Universidad, algo tan cacareado y reclamado recientemente.

Fue en ese entorno en donde Zoido aterrizó, rebosante de ganas, y dispuesto a lidiar con lo que se le pusiera por delante. El primer trabajo que abordamos tuvo que ver con los ensayos a las fibras ópticas Optipol que fabricaba la central de Bayer en Alemania. Yo andaba enfrascado con Alcatel en desarrollar sensores de fibra óptica para los sistemas de frenos ABS (Anti-lock Braking Systems) que esta empresa desarrollaba a su vez para otra, la alemana Alfred Teves. Bayer quería introducirse en el sector del automóvil, buscando suministrar fibras ópticas para las futuras redes de área local de los coches. La fibra óptica de plástico, por entonces en clara expansión, surgía como una clara alternativa a canalizar las comunicaciones en el interior del vehículo, y cómo no, las señales de los propios sensores de fibra óptica. Existían dudas sobre si las fibras de policarbonato resistirían ensayos propios del entorno del automóvil: térmicos, mecánicos y químicos, sin pérdida significativa de sus prestaciones. Las de metacrilato (PMMA) no resistían, pues estaban contraindicadas por encima de 85 ºC. Las de policarbonato supuestamente eran operativas hasta los 125 ºC, límite de operación en el entorno del bloque motor.

Tras un largo verano de ensayos térmicos (frío, calor y ciclados de agosto), Jesús se me unió para los ensayos mecánicos. Uno de estos consistía en doblar 90º una fibra tensionada sobre unos cilindros de diámetro decreciente. Había que medir la progresiva degradación de la transmitancia óptica a medida que se hacían los ciclos. Todo muy sencillo, pero doblar entre 1.000 y 10.000 veces varias muestra de una fibra con diversos radios, era una labor para gente muy tenaz. Como bien pude comprobar más adelante ¡me hacía falta un Zoido! Diseñamos unas máquinas diabólicas, semiautomáticas, que doblaban y doblaban las fibras, tensionadas con pesas muy variadas, y que avanzaban y retrocedían por trayectos aéreos dirigidas por poleas. Recuerdo que en 1991, cuando me fui a casar, se quedó Zoido al tanto de varias de estas máquinas, una tarde oscura de octubre. Cuando volví, unas semanas después, el hombre seguía como lo dejé, cuaderno en mano, yin-yan, yin-yan, a mano y codo, lidiando con una de las máquinas que había pasado a ser ya manual tras estropeársele el motor. La gente de La Cueva me comentaba que Jesús no había enloquecido de milagro, pero el caso es que había resistido como un machote haciendo ¡¡varios miles de torsiones “a mano”!!

Las pruebas, tuvieron sus ramificaciones con ensayos térmicos en Industriales (UPM), y en el Departamento de Materiales de Caminos (UPM). Había que viajar con ordenadores e instrumentación a hacer pruebas fuera de La Cueva, con los famosos HP 75000 y largos programas en HP Basic, temas nada evidentes por entonces. Los test de Caminos fueron con Gustavo Guinea, que estaba interesado en estudiar las propiedades mecánicas de hilos delgados y por eso nos ayudó en lo de las fibras de Bayer. Son muchas las fotos que hizo Jesús de aquellos montajes y que he recuperado para esta ocasión. Imponentes hornos acoplados a las máquinas de tracción-compresión, las mordazas de fricción progresiva que diseñó Gustavo tensionando las fibras transparentes; todo ello entre bailes de miles de grises, luces y sombras, nítidas, bien enfocadas, bien definidas. Estos test fueron paso previo a otros mucho más delicados que con los años fue desarrollando Gustavo para estudiar las propiedades mecánicas de los hilos de las arañas.

El tema de las fibras ópticas de Bayer terminó con un par de artículos y un “suspenso” para la Bayer. Dictaminamos, en base a nuestros ensayos, y para mosqueo de los teutones, que no podrían ser empleadas en el entorno del automóvil, lo cual cerraba prácticamente la puerta a la fibra óptica de plástico a este sector. Para mí ha sido uno de los trabajos más complejos emprendidos, y como digo, gracias al incansable Jesús.

Aeropuertos y fibras ópticas para iluminación. Otro de los proyectos memorables, y cuyos restos aún conservo conmigo, fue el de fabricar balizas de fibra óptica para el centro de las pistas de los aeropuertos. Se trataba de evitar parar el aeropuerto en el caso de tener que cambiar las bombillas en las balizas de las pistas. Con nuestro sistema las lámparas estaban en el lateral de la pista, y la luz se guiaba por un mazo de fibra hasta el centro de la pista. Hicimos un sistema de iluminación con lámparas halógenas que inyectaban la luz en un mazo de fibras ópticas. Aquí es donde estaba la “obra faraónica” de este proyecto. Un mazo de 25 m de largo hecho en base a fibras de vidrio de 53 micras de diámetro hasta completar un área total de 5 mm de diámetro total (¿Cuántas fibras había que poner juntas?) Huelga decir el sufrimiento que implicó esta nueva guerra. Era otro de esas campañas militares, esta vez encargada por AENA y Alcatel Defensa, que Jesús y yo pretendíamos resolver con el máximo empeño. Cada vez que veo el mazo conseguido (está en mi Laboratorio actual) lo pienso bien y me digo: ¡Estábamos como maracas! La mañana que vinieron los de AENA y Alcatel a la Facultad a que les presentáramos el resultado final, tras 1 ó 2 días en blanco, y con Jesús en bermudas, les dimos realmente pena. Sobre todo Jesús (je, je), que le salía más rápido la barba. Creo que fue uno de mis últimos trabajos con él, pues creo recordar que también colaboré en otro tema de colimadores no formadores de imagen para Philips Lighting de Francia. Dio lugar a una patente, y al revisarlo, no entiendo por qué no estaba él entre los inventores, pues realmente creo recordar que trabajamos mano con mano haciendo conos de aluminio, y un sinfín de cosas.

El último trabajo experimental que recuerdo de Jesús, antes de retirarse a las alturas de las teorías, fue cuando le asignaron un desarrollo que emprendió totalmente en solitario. Era un mega-trabajo, en donde tuvo que instrumentalizar una gran señal de tráfico con LED rojos. Este fue un tema muy tedioso, mecánico, cableado, electrónica, etc. Además contó con una gran incertidumbre en el pago por parte de la empresa, de un cuñado de no se qué Vicerrector, que les amagaba sin piedad. Recuerdo que a través de un conocido de Tráfico, hasta les hice llegar el mensaje a la citada empresa - que se nutría de la DGT - de que si no pagaban el trabajo al amigo Jesús, serían “retrasados algunos de sus pagos y sufrirían las consecuencias”… ¡Ya no recuerdo si tuvo efecto el lance!

El caso es que luego La Cueva se cerró por las obras de la Facultad. No nos dejaron hacer la Fiesta de Despedida, prevista para un sábado de invierno por la noche. Nos engatusaron con historias relativas a que los arquitectos encargados de la reforma habían descubierto que el edificio no tenía zapatas, y que podría ser peligroso. Yo me fui fugazmente a la elipsometría para acoplarme a una beca de la Fundación del Amo de la UCM en California, pero sucedió el terremoto de Los Ángeles (1994), y ya por entonces dejé la UCM, y me cambié de trabajo. Sin La Cueva, uno no se hallaba, y aquello no era lo mismo. Jesús empezó sus andanzas más teóricas, y fue ganado para otras causas, ya fuera de líos experimentales.

¿Y qué historias no puedo contar en su totalidad? Un día de octubre de 1991 nos llegaron unos LED rojos de alto brillo a La Cueva y los encendí con Jesús en el laboratorio del fondo, solos y a oscuras. Nos miramos con malicia y nos dijimos: ¡La linterna LED! Montamos enseguida una empresa de “Linternas y sistemas de iluminación basados en LED”. Hoy en día nos habrían llenado de premios para emprendedores. Pero realmente, montar una spin-off, start-up o como quiera que se llamase, en aquella España de los inicios de la Ley de la Ciencia, y desde la acrisolada UCM, podría haber sido constitutivo de delito de apostasía, con pena de morir en la hoguera. En ese entorno, sin darle publicidad, y como no podía ser menos, nos echamos al monte con un singular equipo. Se hizo una patente, nos asentamos casi “en un garaje”, y compramos muebles de saldo de una “suspensión de pagos” de la empresa de camiones DAF. Empezamos a diseñar y desarrollar toda una serie de prototipos de aplicaciones basadas en el uso de LED (linternas, luces de llaves, guirnaldas de Navidad, futuristas sistemas de iluminación…) En mi casa, en pleno mes de abril, subía y bajaba del trastero el árbol de Navidad para las pruebas y demostraciones a conocidos. Ampliamos la gama a los sistemas de iluminación de fibra óptica. Ensayamos incluso iluminación en piscinas, y de hecho, nuestro único producto comercial vendido fue un encargo en este sentido, creo que Red Eléctrica de España (REE). En el año 92/93 les fabricamos un tele-alimentador de fibra óptica para suministrar potencia óptica a un fotodiodo a diez metros de distancia. La fibra se curó con resinas en el horno de la cocina de mi casa. Claro, yo estaba casado y era independiente; “Jesús Manuel”, así le llamaban en casa, seguía con sus padres. El artilugio era para operar en las proximidades de zonas de alta tensión con elementos dieléctricos, y gustó mucho en REE; pero la noche de terminarlo fue nuevamente terrible, casi sin herramientas ni recursos de fabricación, costó Dios y ayuda llegar a algo “presentable y profesional”. El tema de los LED iba en aumento, y alcanzó su máximo exponente de actividad cuando nos armamos de valor, e hicimos en una tabla de madera unos circuitos de ensayo con un conjunto de relés y pletinas de cobre, un sistema automático de pruebas de descarga de hasta veinte pilas de botón en simultáneo. Era un artefacto digno de una película de Boris Karloff, y la pena está en que no guardo fotografías de este artilugio “Jesuniano”. La propia Duracell – siempre tan visionaria - nos financió los experimentos mediante el suministro de ingentes cantidades de pilas. Queríamos sacar la combinación adecuada para montar un elemento para acoplar a una llave (de cerradura) y dotarla de luz. Ese montaje de prueba de pilas y LED, histórico para mí, en una de las “limpiezas” de Jesús, fue tirado y se perdió irremisiblemente. Casi hasta llegué a enfadarme por el descuido, pero al bueno de Jesús era imposible tenerle nada en cuenta ¿Y cómo terminó esta aventura? Pues lo de “zapatero a tus zapatos” nos persiguió siempre y acabó pesando como una losa. Todo el día andábamos liados diseñando y desarrollando cosas nuevas, sin pararse a rentabilizar nada; además teníamos mil y una responsabilidades en el propio trabajo del Departamento, clases y proyectos. La aventura empresarial se llevaba las noches y fines de semana, y hasta el tiempo para tomar un poco de aire, parar y reflexionar. Como era de esperar, esto dio al traste cuando, fruto del descuido y la saturación, se nos olvidó pagar los derechos anuales de la patente de la linterna LED en su cuarto año. Qué desastre! Por un impago de 4.000 pesetas, y no revisar ni el correo postal en el que nos avisaba la Oficina española de patentes, nos quedamos sin la propiedad industrial de tan útil invento. Bueno, pero siendo claros, no fue la única causa. Sucedieron muchos más acontecimientos en paralelo que provocaron nuestro colapso empresarial, la catástrofe total, y sin darnos cuenta, paramos toda la actividad.

¿Y por qué le llamo Zoido? La primera vez que le vi fue en mi tercer curso de Carrera (hacia 1986), en un bar que frecuentaban los del grupo de la tarde en Moncloa: la famosa “La Carihuela” de Meléndez Valdés. Había varios Jesuses, el Mate, Ruiz, Rodríguez, y la única manera de distinguirle era por “Zoido”. Mini de cerveza en mano, siempre apuraba hasta el final, para ver si podía terminar con las existencias. Era una máquina de beber, y muchos días, antes de retirarnos, se le obsequiaba con su canción. Era un tema a medida (¡Nunca mejor dicho!) que rezaba: Tapón, tapón, tapón, tu lo que tienes es mucho vacile; tapón, tapón, tapón, tu lo que eres es un gran vacilón... etc. Siempre se terminaba con peticiones del respetable hacia Jesús. Todo venía de que algo que a él le gustaba mucho contar, para darle la vuelta a una historia de su inseparable amigo de infancia Juan Lanchares. Claro, las leyendas al respecto se sucedían. Los más viejos del lugar cuentan que en ocasiones Jesús hacía casi por terminar con esa incertidumbre, pues también en eso era generoso, y nunca defraudaba a su público. No doy más detalles; simplemente en su recuerdo para los que estaban ahí.
De aquella época es cuando antes de terminar la carrera ganó en Moncloa, en una cervecería al lado del Sotanillo de las Tortillas, en la C/ Rodríguez San Pedro, un concurso de beber cerveza. Al segundo clasificado se lo llevó finalmente una ambulancia, y el tercero, creo que fue José Ramón, otro gran bebedor del grupo. La prueba consistía en beberse un litro cada 2,5 minutos, hasta el cuarto, y luego uno cada 5 minutos. Fue en el quinto mini, cuando al rival le restaban dos o tres dedos de cerveza, y se sabía ganador, por que a Jesús le quedaba aún más de medio vaso. Pero el astuto Jesús, a unos pocos segundos del final enganchó su vaso, abrió la garganta, y lo liquidó de un trago. Casi sin tiempo de reacción, el otro concursante intentó imitarle en un último esfuerzo, pero se perdió en el intento y terminó en urgencias.

Otra batalla que merece la pena contar - y ya es la última - fue cuando coincidí con Jesús y su clase de quinto en un fascinante viaje de fin de curso a Gandía en autobús, tras su Semana Santa del último año (1989). Yo iba por que mi novia y actual mujer, Ana, era compañera de Jesús del curso de 5º de Materiales. Como Jesús y yo éramos unos señores no íbamos a ir en autobús de línea a Gandía, y fuimos en nuestros coches, a cual más destartalado. Yo llevé mi R-5 amarillo pollito, comprado al bedel del Laboratorio de Física de 1º, en donde daba ya clases en Biológicas; casi me mato por el camino por la evidente “falta de mantenimiento” clásica de un servicio general de la UCM, en el capítulo de gomas y rótulas, pero eso es otra historia… La que fue brutal es la historia de Zoido, con su vetusto Dodge de época. A la ida le saltó una china al parabrisas y tuvieron que romperlo. Llegaron a Gandía de casualidad él, Rafa, Paco y Carmen (novia de este último) tras una travesía ‘inolvidable’. A la altura de Albacete, ya sin parabrisas, les cogió una gran lluvia, y además de calarse, no veían nada. Cualquier otro habría parado ¡Pero no! Ahí estaba Don Zoido, el tesón encarnado en persona, al que no se le ponía nada por delante. Hicieron decenas de kilómetros entrándoles el agua a lo bestia en el coche, y entre Rafa y Paco le iban secando las gafas a ratos. Hartos del agua, pararon a comprar un plástico que fijaron a modo de parabrisas sujetándolo con las puertas delanteras. Como naturalmente no se veía, hicieron un agujero por el que Jesús sacaba la cara, y a ratos la metía para que le secaran las gafas. Llegaron a Gandía, y hasta se bañaron en la playa, como si nada hubiera pasado (ver la foto de Jesús en bañador – documento inédito de hace 21 años). Y la vuelta, a Madrid, pues igual, sin parabrisas y con la granizada de rigor en Cuenca.

Desde mediados de los noventa ya sólo veía a Jesús en eventos de amigos: cenas, fiestas, cañas, bodas y demás jolgorios. Vino a mis tres ‘fiestas’: las de mis 50, 100 y 200 “mejores amigos”. En la última conocí a su mujer, y de ahí mi foto disfrazado de ‘Julio César’ con ellos, pues al igual que Jesús, yo también intentaba no defraudar a mi público.

Tras el 95 no coincidí con Jesús en nada profesional. Seguí sus derroteros por Harvard, hasta su Tesis. Respecto de su docencia, siempre me interesé por su broma (¿O no era tal?) de que cada año aserraba un poco más las patas de la mesa en la que tenían la práctica de Los Anillos de Newton en la Escuela de Óptica (para el profano, nada que ver con lo de Tolkien). Los que hemos dado Laboratorios de Óptica nos imaginamos claramente la razón... Hace unos años me volví a enrolar en el Departamento como Profesor Asociado, y cuando lo dejé, curiosamente Jesús vino a mi autodespedida. El caso es que consideré dejar voluntariamente el puesto de Asociado en la UCM (debo ser una rara avis en la Universidad Española por haber dado este paso motu propio) para centrarme en el lanzamiento de un nuevo proyecto sobre la exploración de Marte. Un día de octubre, un selecto grupo de 5-6 de mis inestimables compañeros de Óptica, amigos de siempre, fueron testigo de cómo “me cortaba físicamente la coleta”. Quiroga, Zoido, Gema, Julio, Rosa y Alberto dan fe de que ¡Ya no volveré a la Docencia! ¿Cómo es que conseguí que estuviera – y en hora - el inestimable Zoido? Amañé la despedida, y la organicé en el Iron ya que sabía que ésta era la única manera de garantizarme su asistencia.


Y aquí lo dejo. Acabo de llegar a Pekín, son las 4 a.m. locales, y hago una escala de 3 horas. En la fría madrugada china, un grupo de españoles me comentan que van a Shanghai, a la feria de iluminación ¡A comprar sistemas LED! ¡Toda una casualidad! Da mucho que pensar sobre lo que no hará ahí arriba Don Jesús, enredadno nuevamente, y mandando influjos a los de abajo…

Sé que cuando nos toque pasar por el último trance, en el que Jesús nos ha tomado la delantera, no habrá problema alguno con las cañas. Zoido estará en el Cielo, jarra en ristre, esperándonos uno por uno en la barra de ese Iron celestial que tuvieron que inaugurarle San Pedro y compañía precipitadamente, para recibirle como se merecía. Hasta entonces, Jesús, si ves que por ahí arriba aún no han hecho las Pirámides, la Gran Muralla China o alguna de esas pequeñeces, no las quiera abordar tú solo, espérate a que llegue ¡Qué ya las empezamos juntos! Dispondremos de toda una eternidad.

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